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Ella no temía a la oscuridad,
le sacaste el mal de la cabeza,
con cadenas oxidadas en el matadero.
Tenías los ojos en blanco,
con la vista puesta en la muerte,
cuerpos ensangrentados en la casa de los horrores.
Al borde de un acantilado,
dispuestas a saltar,
para escapar de tus cuchillos,
para besar el más allá,
el más allá,
el más allá.
Se destrozaron contra las rocas,
aquellas olas limpiaron su sangre,
sus cuerpos fueron arrastrados por las negras mareas.
Bajo la piel se le pudren los huesos,
un asesino iluminado por rituales del pasado,
siente una niebla ofuscando su mente,
sólo piensa en arrancar la inocencia a su descendencia.
Ellas sólo viven esperando,
anhelando su liberación,
otras ya aguardan al otro lado,
al padre que las mató.
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